Pareja senior- Foto Bigstock
La dieta mediterranea es uno de los patrones más efectivos a la hora de disminuir la grasa visceral.
Un nuevo estudio de la Universidad de Cambridge, publicado en JAMA Network Open, aporta una evidencia clara sobre algo que a menudo se intuye, pero pocas veces se demuestra con datos precisos: cuidar la alimentación y aumentar la actividad física al mismo tiempo es más eficaz para prevenir la acumulación de grasa corporal, especialmente la grasa abdominal más dañina, que modificar solo uno de estos hábitos.
Los investigadores analizaron cómo evolucionaban la dieta, la actividad física y la grasa corporal de 7.256 adultos británicos durante un periodo de unos siete años. Todos ellos formaban parte del Estudio Fenland, un proyecto de largo recorrido que evalúa cómo los comportamientos y el estilo de vida influyen en la salud metabólica. La edad media de los participantes era de 49 años al inicio y 56 al final del seguimiento
Para medir la actividad física, los científicos utilizaron durante al menos 72 horas sensores portátiles capaces de registrar frecuencia cardíaca y movimiento. Con ellos calcularon el gasto energético asociado a la actividad de cada persona. La calidad de la dieta se evaluó mediante un cuestionario detallado y se puntuó según el grado de adherencia a la dieta mediterránea, un patrón alimentario basado en frutas, verduras, legumbres, frutos secos, cereales integrales, aceite de oliva y pescado, con un consumo limitado de carne roja y dulces.
Además, en dos momentos del estudio se realizó una exploración DEXA, una técnica de baja radiación que distingue con precisión la cantidad de grasa, masa muscular y estructura ósea en todo el cuerpo. También se empleó ultrasonido para detectar posibles signos de hígado graso, una enfermedad estrechamente ligada al sobrepeso y la vida sedentaria.
Los resultados: la combinación gana por goleada
El análisis reveló un patrón consistente: mejorar la dieta o aumentar la actividad física por separado ayuda, pero hacer ambas cosas a la vez multiplica los beneficios.
Quienes mejoraron tanto su alimentación como su nivel de actividad ganaron 1,9 kilos menos de grasa corporal total y 150 gramos menos de grasa visceral que aquellos que no modificaron sus hábitos. Puede parecer una cifra modesta, pero supone alrededor del 7% de la grasa corporal total inicial y del 16% de la grasa visceral, que es la más problemática desde el punto de vista metabólico.
La diferencia más destacada se observó precisamente en la grasa visceral, la que se acumula alrededor de los órganos internos y está estrechamente relacionada con enfermedades como la diabetes tipo 2, las patologías cardiovasculares o el hígado graso. Tras ajustar factores como el índice de masa corporal, la relación entre los cambios en el estilo de vida y la reducción de esta grasa profunda seguía siendo significativa, mientras que la grasa subcutánea (la que se sitúa bajo la piel) era menos sensible a estas variaciones.
Por qué importa dónde se acumula la grasa
Shayan Aryannezhad, primer autor del estudio subraya que centrarse solo en el peso que marca la báscula es quedarse corto. «No todas las pérdidas o ganancias de peso son iguales. Importa cuánta grasa se gana o se pierde y, sobre todo, dónde se producen esos cambios”» explica. La grasa visceral, recalca, es especialmente peligrosa y también es la que más responde cuando se mejoran simultáneamente la dieta y la actividad física.
Nita Forouhi, autora principal, destaca que incluso pequeños ajustes sostenidos en el tiempo pueden traducirse en mejoras de salud significativas durante la mediana edad. «Vivir en entornos que fomentan la mala alimentación y la inactividad es un reto, pero los cambios, aunque sean modestos, marcan la diferencia», señala.
Un mensaje para la vida diaria
Más allá de las recomendaciones individuales, los autores apuntan a la necesidad de actuar desde las políticas de salud pública. En un contexto de creciente prevalencia de la obesidad y sus enormes costes sociales y sanitarios, creen que facilitar el acceso a opciones más saludables debe ser una prioridad: desde promover espacios seguros para caminar o hacer ejercicio hasta impulsar entornos alimentarios que hagan más accesibles los productos frescos y menos atractiva la comida ultraprocesada.
El estudio aporta, en definitiva, una conclusión clara: la estrategia más eficaz para evitar el aumento de grasa perjudicial no es elegir entre comer mejor o moverse más, sino combinar ambas cosas. Y demuestra que incluso en personas de mediana edad, mejorar los hábitos sigue teniendo un impacto profundo en la salud presente y futura.